EL SENTIDO AUSENTE
(o el rol de los intelectuales en la era de la mutación)

Vivimos tiempos confusos. Son tiempos de mutación y duda. El fracaso de los grandes relatos nos ha dejado en manos de pequeños relatos. Miles de ellos. Y estos tampoco consiguen legitimarse en los términos de coyunturalidad y transitoriedad que ellos mismos proponen asignarle al estatuto de la verdad. Y peor aun, decir que todos los relatos son relativos, ¿no es, fatalmente, una proposición absoluta en tanto predica sobre la totalidad? O debemos interpretar esto como queriendo decir “todas las proposiciones son relativas y esta también lo es”; procedimiento que invierte el sentido original ya que si una proposición que relativiza el valor de verdad de toda proposición incluido el valor de verdad de tal proposición, se instaura la posibilidad de una cuyo valor de verdad no sea relativo sino absoluto ya que la misma que declara su imposibilidad se declara a si misma incierta.

Hay, sin duda, una línea recta que lleva desde Sócrates hasta Hiroshima (y decimos Hiroshima y no Auswitch); si Occidente tuvo un Demiurgo ese fue el fundamento. Pero Dios solo ha muerto en los claustros; en las calles apenas si se ha comenzado a discutir la posibilidad de su agonía y en las esferas de poder goza de una salud perfecta. Así, mientras los intelectuales discutimos las sutilezas hermenéuticas, Bush, que no tiene dudas, inscribe sus certezas sobre los cadáveres de cien mil niños Iraquíes.

Se hacen intentos, es verdad, por salir del vacío de sentido. Pero estos o bien proponen una pirueta semántica al estilo de la Dr. Cragnolini cuando dice “…se trata de situarnos sobre el sin sentido y producir sentido transitorio…”; y entonces uno se debe preguntar como seria posible encontrar un lugar sobre un sin sentido que todo lo impregna. ¿Cuál es esta posición “fuera” de el? Se admitirá que una posición “sobre” algo necesariamente debe estar fuera de ese algo sobre lo que se posiciona. Y también ¿Cómo se legitima este “sentido transitorio” ya que si el sin sentido todo lo atraviesa, aquel sentido transitorio deberá necesariamente estar inscripto en este y en consecuencia.

Si el filosofar ha de ser algo más que un hobby de intelectuales de clase media afortunados, entonces deberá ser el discurso que le diga al hombre común como estar en el mundo; pero también debe ser el marco donde se legitima, finalmente, la norma por la cual resolvemos las singularidades cuando estas comparten el estar. ¿Cómo legitimar un orden normativo sino en una Ética? ¿Y como legitimar una Ética sino en un determinado estatuto de la Verdad?

Y entonces aquí estamos: sin Dios, pero también sin Hombre. Así es; cuando matamos a Dios también matamos al Hombre. ¿Con que habremos de sustituir al último? Ya el viejo Federico lo preguntaba cuando proclamó su asesinato 1* “¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para nosotros? ¿No tendremos que volvernos nosotros mismos dioses para parecer dignos de ellos?¿Y que Ética legitima el paradigma hermenéutico? ¿Cómo salir de su círculo de interpretación infinita? ¿No es este un esfuerzo condenado al fracaso en su misma definición?

Este relativismo fashion y rotundo que ha invadido gran parte de los ámbitos de pensamiento conlleva un peligro casi criminal. Así como la razón extrema lleva a Hiroshima el ejercicio incontrolado de la interpretación extrema conduce a la anomia y se constituye también en el fundamento de la hipocresía. ¿No legitima el valor de verdad de todo y cualquier discurso? ¿Si solo se trata de metáforas, como quieren los Nietzcheanos, que impide atribuirle el mismo valor de verdad al discurso de la Madre Teresa de Calculta y que al discurso del General Videla. Decir, como quiere Nietszche, que solo son validas las “metáforas útiles para la vida”, es solo una traslación del problema: la decisión de cual es “útil para la vida” también requiere, en este sistema, de una interpretación… cuyo valor de verdad será tan relativo como el de cualquier otra interpretación.

Pero toda esta línea de pensamiento cae en el ridículo: ¿como sostener seriamente que absolutamente ninguna proposición es verdadera? O bien es una proposición falsa, o bien es verdadera en cuyo caso ella tampoco es verdadera y entonces es falsa. Hay un antiguo cuento que se cuenta entre los pensadores de medio oriente para ilustrar este problema. Se dice que un rey muy tirano instalo en la puerta de su ciudad capital una guardia de mercenarios cuya misión era hacerles preguntas a los extranjeros que querían entrar en la ciudad. Si la respuesta que daba el visitante era falsa era ahorcado. Un día llego hasta la puerta un personaje llamado Nasrrudin. “¿A que has vennido”, interrogaron los soldados, y Nasrrudin respondió: “vengo a que me ahorquen”. Si los soldados lo ahorcaban Nasrrudin habría dicho la verdad y no deberían haberlo ahorcado y si no lo ahorcaban estaría mintiendo en cuyo caso deberían ahorcarlo, lo que convertiría su respuesta en verdadera, eliminando la razón para ahorcarlo en cuyo caso su respuesta seria falsa, decretando la necesidad de ahorcarlo… . Y así, finalmente, los ahorcados fueron los soldados por no cumplir su misión. La posmodernidad ha caído en la horca de esta antigua paradoja. Si su proposición fundacional es verdadera entonces es falsa… y si es falsa entonces es verdadera, en cuyo caso es necesariamente falsa… etc. ¿Cómo se construye desde allí? Quizas la verdadera pregunta debería ser ¿cómo es posible que gente adulta, con años de formación académica y mentes brillantes puedan entrenarse en estos juegos?

 

1 * F. Nietzsche;Pasaje 125, La Gaya Ciencia.

 

Mag. Raúl Aragón
Director del Programa de Estudios de Opinión Pública.
Universidad Abierta Interamericana.


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Fecha de publicación: 02/01/2007
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